Desde este
10 de enero nada es igual para nuestros hermanos de Venezuela. Ahora tienen un país con un
Presidente electo que lleva un mes o algo más no sólo ausente - y según su
Vicepresidente incapacitado para regresar al territorio - sino también en el
más absoluto silencio visual y auditivo.
Tienen un
país en el cual el Tribunal Supremo de Justicia prorroga un mandato
presidencial que constitucionalmente terminó y da un largo margen de espera a
otro mandato presidencial que no pudo comenzar cuando le correspondía, en una
grosera violación a su carta magna.
Tienen un
país en cuya información oficial no confía Brasil, que optó por enviar un alto
funcionario asesor de su presidencia a tratar de informarse directamente en
Cuba con el Gobierno cubano.
El 10 de
enero mis amigos amanecieron con un país que alardea de ser soberano, pero al
cual otro gobierno exterior le niega información sobre su propio Presidente; un
país con un pueblo que se deja naricear por campañas y proclamas de propaganda,
y unas autoridades que permiten que gobernantes y funcionarios extranjeros
intervengan personalmente en la política nacional apoyando a unos e insultando
a otros en la cara de quienes se supone son los máximos dirigentes nacionales y
con presencia y participación de efectivos militares.
El país que
tienen ahora nuestros hermanos de Venezuela es dirigido por un Gobierno
sospechoso de inconstitucionalidad para millones de sus habitantes y que, al
menos hasta ahora, sólo parece ocupado en amenazar a todo el que se le oponga o
lo critique.
Ahora tienen
un país al cual, a los problemas y carencias incrementados a lo largo de
catorce años, se suma la más alarmante incertidumbre, y los chavistas en todo
reconocen la ilegalidad constitucional en la que están sumergidos, sin embargo
como algunos de este pueblo de La Romana, lo justifican aduciendo un supuesto
bienestar de los más pobres. Dios cuanta hipocresía y doble moral.