Aprovechando que hoy se celebra el Día Nacional de la Juventud, me he puesto a considerar esta hermosa
etapa de la vida.
Para la ONU la juventud se sitúa entre los 15 y los 24 años, que es
como digo, una edad hermosa, pero al mismo tiempo complicada.
A este respecto, conviene precisar que la Real Academia Española la
define como sinónimo de energía, vigor, frescura, lo que nos lleva a
pensar que la juventud es una cuestión de ánimo en el espíritu, por lo
tanto sólo es un concepto.
En efecto, la noción de juventud nos lleva a conciliar la capacidad
física y mental, que se caracteriza por la libertad, la toma de riesgos,
el idealismo y las ganas de cambiar el mundo a nuestra manera. La
juventud es la etapa entre la adolescencia y la madurez, marca el inicio
de la edad adulta, de ahí su sagrado significado, aunque también
signifique un infierno para quien lo vive y para los que hemos dejado ya
esa etapa, no añoraríamos volver a ella si no fuera por la fuerza
física y el ánimo paras enfrentar al mundo.
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Hay un proverbio francés que dice: "hay que dejar que la juventud
pase", quizás porque la juventud "es un poco de locura", como dicen los
árabes o porque "la borrachera de la juventud, es peor que la borrachera
provocada por el vino" (proverbio persa); o como también sostienen los
franceses: porque "la juventud y la adolescencia no son más que el abuso
de la ignorancia".
Para terminar con las citas, diremos que: "la juventud es una enfermedad que se cura con la edad".
Pero en efecto, es esa etapa en que uno comete locuras, se juega la
vida en un volado y no para en mientes, porque siente que, a diferencia
de las generaciones anteriores, a esa edad uno sí puede cambiar al
mundo.
No obstante todo ello, a mí me preocupa la juventud actual, porque
siento que no le estamos legando los elementos para que puedan excogitar
su propia felicidad.
¿Qué necesita un joven en los tiempos actuales? Libertad con
responsabilidad, estudio o en su caso, trabajo.
¿Y qué les estamos dando
nosotros o esta sociedad?
Miedo, inseguridad, falta de oportunidades para estudiar y pocas, muy pocas oportunidades de trabajo.
Su libertad está acotada a los espacios caseros. La calle, el barrio
donde otrora crecimos nosotros, han desaparecido por la inseguridad.
El Estado no puede garantizarles espacios libres de violencia y los
hogares destrozados siguen expulsando diariamente a cientos de jóvenes a
la calle a sobrevivir, como Dios les dé a entender.
Los padres, otrora autoridad máxima en el hogar, ahora pretenden ser
los amigos y compañeros de sus hijos. La autoridad se ha diluido entre
nuevos conceptos que imposibilitan una buena y educada formación.
En otros tiempos, hasta con los ojos lo mandaban a uno y cuidado
debíamos tener de no repelar porque se podía hacer uno acreedor a una buena pela por andar de rebelde.
Unas buenas nalgadas a tiempo corregían muchas desviaciones y en la
casa había reglas estrictas que no podían ser infringidas. "A esta casa
se llega antes de las doce o si no, usted ve a dónde se va a dormir". Y
estaba uno de regreso de la calle antes de esa hora.
Pero aún así, nos tenían respeto y confianza. Andábamos metidos en
fuertes movimientos estudiantiles y nos lanzábamos al ruedo con la pura
bendición de la madre.
Pero había causa, razón para ello y los padres, quizás sin entenderlo
cabalmente, respetaban ese ánimo de rebeldía y participación social.
Teníamos expectativas laborales, cosa que ahora no existen. Los
muchachos terminan sus carreras sin saber qué es lo que van a hacer,
dónde van a trabajar.
Y por eso, vienen luego las frustraciones. Tanto estudiar, tantos
desvelos para dedicarse a lo que sea con tal de conseguir el sustento
diario.
¿Qué les ofrecemos a estos jóvenes? A veces ni el buen ejemplo,
porque nuestra sociedad está materializada, desunida y atormentada por
la ausencia de valores fundamentales.
¿Qué celebramos entonces? ¿Qué les regalamos en esta celebración?
Nada que los pueda hacer realmente felices, sólo la superficialidad y la
ausencia de oportunidades reales para progresar.
Entre los 15 y los 24 se quiere comer uno al mundo. Y luego descubre que en realidad, el mundo se lo tragó a uno.
Por lo demás, "Solo me resta rogar que Dios guarde cada joven en esta etapa tan volcánica e inestable".
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